A veces parece que tengamos la necesidad de relacionar el hecho de ir al teatro con esperar encontrarnos con una cantidad ingente de personas en el escenario, o con una escenografía descomunal o con una iluminación digna de un concierto multitudinario. El teatro nos parece todo purpurina y formas bonitas. Pero es mucho más. Es imaginación. Es empatía. Es catarsis.
Lo que Alejandra Jiménez-Cascón, Montse Bonet, y todo el equipo de “Blanca Desvelada” han hecho aquí es magia. Cómo con tan pocos recursos en escena han conseguido tanto todavía me lo pregunto al día siguiente. Una sola actriz dando vida a más 10 de personajes: voz, corporalidad, sentimiento y entrañas; Alejandra nos sugestiona, nos embruja y hace que juguemos con ella a vivir la historia, a que utilicemos nuestra propia imaginación para crear con ella este relato trepidante y profundo en el que todo el mundo debería encontrar algo suyo propio, algo antiguo y enterrado: algo de su propia vida. Una historia amarga que viaja a las raíces de los personajes pero que nos hace ver ya no solo la historia de unas mujeres, si no de Las Mujeres en un País.
Quien tenga una madre, una tía, una hermana, una sobrina o una amiga puede llegar a este pequeño oasis en medio de la nada. Y más aún, debe llevar a su madre, a su tía, a su hermana o a su amiga. Yo lo haré.