Rocío Molina y Silvia Pérez Cruz. Dos culturas, la andaluza y la catalana; dos disciplinas, el baile y la voz, y dos estilos muy diferentes. No parece que haya mucho que las una. ¿O sí? Ambas son mujeres y artistas. Y las dos son madres. Silvia tiene una hija de diez años y Rocío está embarazada de 4 meses. Así lo cuentan ellas mismas en este espectáculo de fusión de estilos, una oda a la feminidad y a la maternidad, a la concepción de una nueva vida.
Al movimiento desgarrado de Molina y a la voz hipnótica de Pérez Cruz hay que añadirle momentos de distensión y ternura. En ellos las artistas se desnudan hablando al público, haciéndole partícipe de una velada íntima entre amigos. En eso influye mucho la intervención de Lola Cruz, la madre de Rocío, también bailaora. Las dos cuentan anécdotas. Pero también bailan juntas y separadas, muestran la garra y la guerra, se acercan, se alejan, juegan y en definitiva expresan con sus coreografías la relación universal entre progenitora y sucesora. Rocío baila para Lola, interactúa con ella, la abraza y es abrazada, y ambas crean juegos visuales muy potentes en los que madre e hija se fusionan hasta que sus roles quedan intercambiados.
La función incluye momentos de talento, con la fuerza y la energía de Molina y…
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