Los roles de cualquier grupo quedan definidos incluso en la no tan tierna infancia, y eso hace que los dos niños y las dos niñas protagonistas del nuevo montaje de la cia. El Martell sean muy reconocibles. Todos hemos conocido al repipi vigilante de las normas, a la pasota despistada, a la niña cruel pero adorable en apariencia y al bruto de la clase, que en esta ocasión se quedan castigados sin patio. Paralelamente, vemos la evolución de los que sí juegan y de cómo, a medida que las convenciones van calando, las situaciones de paz, harmonía y felicidad van desequilibrándose.
La función dirigida por Laia Alsina Ferrer queda dividida en dos partes. La primera, que alcanza tres cuartas partes de la obra, juega con un código corporal a camino entre la danza y el texto que resulta un abrazo nostálgico a los entretenimientos de esta época vital: Futbol – con movimientos de danza clásica que recuerdan a La Partida de Vero Cendoya– , intercambio de cromos, la peste alta, coreografías, juegos con la arena, juegos de manos… El ritmo picado y las enérgicas interpretaciones de Andrea Artero, Cristina Arenas, Martí Salvat y Toni Guillemat crean una atmosfera divertida, aunque en ocasiones resulta estirada y algo repetitiva. La cosa cambia hacia el final, a partir de un momento cumbre de improvisación e interpelación en el que se acaban el gesto y la alegría naif para pasar a una segunda parte más oscura y triste. Conceptos como el juicio, el castigo, la posesión o los roles clásicos de género entran en escena, dejándonos un reflejo de la vida adulta que parte, ligeramente, de la semilla plantada en la niñez. Salimos del mar y entramos en la caja de zapatos.
A nivel de puesta en escena, vale la pena destacar la iluminación de Ruben Taltavull, que sirve para que viajemos a través de los distintos espacios y emociones en medio de una escenografía vacía, ocupada por tan solo cuatro sillas típicamente escolares.
El resultado es un espectáculo irregular, entretenido y de buena base, pero al que le falta algo de contundencia con el mensaje. Los puntos fuertes recaen pues en la puesta en escena y las completas interpretaciones, que cuentan además con canciones a cappela, bailes y cuidadas coreografías.