En mitad de tanto fuego, la llama del amor. Fuego con fuego. Fuego con guerra. Guerra y amor. Y entre contrastes y claroscuros, la intimidad de la palabra. Alberto Conejero nos remite al clásico de la guerra de Troya, aunque no para hablar de la guerra, o no solo de guerra, sino de la pasión entre Aquiles y Patroclo.
Es justamente Patroclo, el héroe más secundario de la Ilíada, el que toma palabra encarnada a través de Rubén de Eguía. ¡Y con qué entrega! Un gran amador con una dicción clara, gesticulación cuidada y emoción latente y contenida que nos remite años y años atrás en sus aventuras griegas pero narrada desde los recovecos menos recorridos. Y con guiño feminista incluido: Helena no era de nadie, se marchó con Paris porque así lo quiso.
La dirección a cargo de Xavier Albertí también resulta acertada con una aplicación quirúrgica de menos es más: luces sobrias y el escenario desnudo que contribuirán a la creación de un clima envolvente del que el espectador no puede escapar hasta el punto de hacerle sentir el temor y el sufrimiento de Patroclo como propio. Un pequeño ejemplo de magia poética sobre el escenario.