Con un proyecto tan ambicioso como querer entrelazar física y espiritualidad, hubiera sido goloso -y casi inevitable- convertir un espectáculo de danza en una petulancia intelectual y, por consiguiente, poner el dominio del cuerpo al servicio de una mera exhibición egótica. Sin embargo, Torus, la última obra de la compañía Humanhood, eclipsa por no pretender deslumbrar, por ser una propuesta honesta elaborada desde la humildad. Y es que en Torus, sus creadores, Júlia Robert Parés y Rudi Cole, se postulan como meros canales -y no como poseedores- de un saber ancestral. Un saber de que la vida -desde la expresión más biológica de cada célula hasta el destello de un astro- está en continua evolución y extinción; un saber de qué cada individuo expresa el arquetipo universal del de todos los demás. Y todo este saber no es mental ni teórico, ni de salón ni de feria, sino puramente intuitivo. Una intuición expresada a través de la maestría de la plasticidad corpórea, de un movimiento hipnótico pivotando alrededor de una mandala -o de un torus-, de una luz que invita al trance, de una música que tan pronto hace flotar el cuerpo -cual estado pre-natal- como lo enraíza de vitalidad. Torus es la intuición que ataja el filtro de la mente para expresarse como pura visión. Torus es un espectáculo de los que reverberan como un mantra, de los que disuelven el ego, de los que acarician el alma.
Enllaç copiat!