Podría decirse que uno se queda sin palabras después de ver una ovación cerrada de casi cinco minutos con todo un Teatro Español en pie, desmembrándose las manos mientras ovaciona la actuación de Lorca de un Juan Diego Botto simplemente sublime. Espectacular, excelente, eminente, extraordinario, insuperable, glorioso, excepcional, admirable, excelso, apoteósico, espléndido, celestial y casi divino, enloquecedor, fabuloso, portentoso, fenómeno, babilónico, enloquecedor, tan estupendo como pasmoso, sorprendente, bastante utópico, brutal, en definitiva, un espectáculo en mayúsculas impagable. Hacía mucho que no se disfrutaba desde el escenario de un tema tan complejo y manido como es la figura de Lorca desde otra perspectiva, tratado con un pincel tan delicado que hace del texto una joya única. Con una escenografía firmada por Curt Allen que se destruye y construye conforme avanza la dramaturgia y un público incapaz de desconectarse de ese monólogo tan humano, directo, natural y auténtico, este rescate a golpe de boceto del gran Federico se sale del tópico y llega directo al corazón. Qué sería de nosotros hoy, si no destapamos la realidad que esconden nuestras tumbas.
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