Les pincharé el globo: L’habitació del costat debería ser clasificada como obra para el público infantil. Infantil por su final mágico con beso a la luz de luna; por su no disimulada intención de transmitir moraleja. Infantil por asegurarse una risa fácil de caca-culo-pis. Infantil por la entrañabilidad de sus personajes: un doctor freudiano que trata el histerismo como patología femenina, esposas ávidas de felicidad a lo bovary, un pintor enamorado del amor y una niñera negra representando la cordura en su milimetrada función de anticlasismo (¿ves?– nos quieren decir- ¿ves cómo los realmente atrasados somos los blancos?). ¿Resta este infantilismo calidad a la obra? Justo lo contrario, forma parte de la propia estratagema del espectáculo. Y es que una vez lograda la mofa del espectador hacia la gripe ideológica victoriana es cuando uno cae en la cuenta del espejo ante el cual ha sido colocado: ¿serán las creencias y reglas amorosas actuales tan ridículas como ahora nos parecen las de antaño? Y lo que es todavía peor: ¿los personajes que caracterizarán la mentalidad de nuestro tiempo -es decir, a nosotros mismos- serán también igual de infantiles?
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