No me atrevo a afirmar que Luís Pardo tenga o no poderes mentales o pueda gozar de hilo directo con alguna divinidad. Pero por si a caso, más de un espectador parecía receloso de seguir las instrucciones del mago y poner en papel escrito, aunque el anónimato quede garantizado, sus secretos más inconfesables. Secretos, así se titula el espectáculo. Aunque por supuesto hay mucho más: números de cartas y numerología, cajas cerradas a cal y canto que guardan lo que seguro va a dejar a todo el teatro en asombro. Por supuesto que la magia es solo magia, es decir, un truco, un juguete, un engaño. Pero a todos nos encanta sucumbir a la ilusión y apartar de la mente racional el deseo de husmear para descobrir los trucos ocultos. Es más, con Luís Pardo incluso da gusto dejarse convencer de que realmente no hay trucos. El mentalismo en cambio, ya impone más. O por lo menos, hay más propensión a conceder al mago un acto de fe, a poner en duda la propia racionalidad, a dar cabida a la posibilidad que los poderes mentales existan realmente. Y no es para menos: sorprendente adivinación mental, capacidad de visión ciega y otros números más. ¿Como atreverse a afirmar que el oasis sea realmente un espejismo?. Pero no nos engañemos. Todos estos trucos no hacen más que desviar la atención del principal número del espectáculo: mantener el público con el temor de que sus secretos sean indiscretamente desvelados…hasta el final.
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