Preguntas tan mentales como ¿quién nos define o predetermina?, ¿a qué nos empuja la sociedad? o ¿hasta qué punto la mujer sigue teniendo entidad en función del hombre? no siempre tienen que ser cuestionadas con palabras. En Triología, la obra adscrita al ciclo Dona’m veu/Dona amb veu, es el cuerpo quien pregunta; y concretamente cuatro. Cuatro cuerpos femeninos que lanzan preguntas a través de una danza sublime, de una expresión de socorro ante la opresión social, del latido de un corazón como símbolo de tabula rasa, del gesto onomatopéyico del alineamiento laboral. Y ante todas estas interpleaciones, el espectador no se puede zafar ni escurrir el bulto: debe responder para sus adentros. Aunque en toda esta sutileza escénica se encuentra un pero; y este es la trama narrativa, el hilo conductor. Porque no basta con que el prospecto diga que las tres historias que forman la obra (de aquí el titulo Triología, entiendo) tienen la base común del autoconocimiento. Debe de ser así realmente. Y no obstante, cada una de ellas, parece más un pedazo escénico recosido con los otros dos, que realmente una pieza plenamente integrada en una única obra de tres partes. Este pero, sin embargo, se acaba reduciendo en un pormenor formal que no alcanza a ensombrecer la delicadeza de la obra donde, se ejemplifica una vez más, que verdad y belleza pueden ser sinónimos perfectos.
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