Eva Hibernia, autora de Victorina, ha conseguido lo que parecía inalcanzable: abordar la gran mayor herida de España y hacerlo en el amor y en reconocimiento. El viaje al pasado se basa en la figura a Victorina Durán, una escenógrafa y diseñadora que, como tantas otras mujeres de la 2ª república, como por ejemplo Margarida Xirgú, no han sido lo suficientemente honradas. Sin embargo, la obra no es solo un homenaje a Victorina Durán y su historia. Es, sobre todo, un homenaje a la magia de las artes. Por esto no nos encontraremos frente ningún biopic enciclopédico o un mero transcurrir de hechos y anécdotas. Victorina es mucho más.
Un querubín (Gracia Fernández) será el encargado de abrir juego a través de un inventario de objetos que servirán de hilo conductor para narrar la vida de Victorina (Silvia Marsó). Aquí es donde juega la dirección impecable de Marc Vilavella que sabrá aprovechar el guante poético del texto para crear infinitud de imágenes y personajes a través de paraguas, maletas y la figura de un oso. Sabremos entonces de la juventud de la protagonista, de su relación con autores de la época, del Lyceum Club Femenino y de su repentino exilio a Argentina. Para tal relato se contará también con la música de un piano y una viola: una aportación valiosa de Gustavo Llull. Y con las propias canciones cantadas por las protagonistas; todo a la disposición de un clima mágico y envolvente. Un canto a la vida mayúsculo al que sin duda todos los espectadores querrán acudir.
